Pain of Salvation

He caminado en este camino desde ya hace muchos años…



…he gastado todas mis lágrimas



…he dejado muchas cruces atrás.



Quizás esta vez es suficiente. Llévame a casa!


jueves, 14 de diciembre de 2006

Hace dos años en una isla...

Era finales de otoño en Europa, aunque en ese mes de diciembre me encontró mas cerca de África que del viejo mundo, y el clima era calido en lugar de fresco. Me hallaba en Fuerteventura, la isla más desértica del conjunto de las Islas Canarias, y si mal no recuerdo fue este mismo día (solo que hace dos años atrás) que iba camino a Puerto del Rosario, su capital. No mucho tiempo después de mi arribo, en uno de los viajes de papeleo por la ciudad, conocí a Wang-Chong, uno de los tantos chinos que se establecen por esos lindes. Wang-Chong tenía una regalaría, (típica de todo chino que importaba miles de productos baratos de su país) no muy lejos del edificio de extranjería, a solo algunos pasos de la rotonda de “las culonas”. Allí nos conocimos. Él, al verme vestido con ropas orientales, se acercó y me preguntó (además de que si necesitaba algo) en un horrible ingles “de dónde era”. Luego respiró aliviado al saber que podía hablar español con migo, el cual lo hablaba mejor que el ingles o el alemán (dos de los tres idiomas que más se habla en la isla). No tardamos en tener una larga y amena charla, ya que no podía creer (no se lo que se imaginarán los orientales de un argentino) que supiera tanto de las costumbres tanto de sus tierras como así de sus “vecinos de ojos rasgados”. No solo eso, sino que se sorprendió de mi manejo de la espada oriental, que no tardé en demostrar al ver que se exhibía una en su negocio. Esa misma tarde me invitó a tomar el té. Me sorprendí porque las personas de por allí decían que los chinos eran personas muy cerradas, pero el tiempo y el haber estado entre ellos (al igual que me pasó con los moros) me di cuenta que los cerrados y prejuiciosos eran los isleños (tantos canarios como españoles). Mientras que tomábamos el té que nos sirvió su hija menor Lyn, Wang-Chong me contaba de su vida de forma fluida y entretenida. Así supe, (además de que hacia tres años que estaba en la isla, que llevaba treinta años de matrimonio el cual le dio dos hermosas hijas, y que su mujer fue doctora en Shangai donde la conoció), que era maestro de Tai Chi Chiang y que profesaba el Tao. Ni lento, ni perezoso (como dice el dicho) le pedí que me enseñase Tai Chi con espadas, a lo que me contesto que volviera en unos días para que pudiera pensarlo. Esa tarde, además de haberla pasado bien, me fui esperanzado… Claro que todo este contentamiento tuve que esconderlo pues la situación por la que estaba pasando con mi hermana y su marido, que era donde yo estaba viviendo, estaba bastante tirante (algún día les contaré)…
Volví a tres días después a casa de Wang-Chong (el cual no me dejaba de sorprender su aspecto juvenil pese a haber pasado los 50) lo cual le causó una gran alegría. Después de haber intentado saludar en un mal chino mandarín a toda su familia lo seguí por una escalera exterior a la azotea. Sacó de un mueble de jardín unos rústicos almohadones y los puso en el piso. Me indico que me sentara y que intente limpiar mi mente y escuchara el paisaje…algo difícil pues nos hallábamos en el centro de la ciudad, y aun en lo alto el sonido del tráfico era fuerte. Lo mire sorprendido y no tuve más respuesta que una típica cara de “maestro-chino-súper-capo-monje-shaolin de película oriental” la cual me indicaba con amabilidad que me sentara. Así lo hice, con aire de solemnidad y misticismo, que no me sirvió ni un pito, porque era tanto el barullo que cuando cerraba los ojos en ves de ver un paisaje sereno, me venia a la mente “La Av. 9 de Julio” de Buenos Aires. Abrí mis ojos alarmado, y el chino me observaba con una sonrisa maliciosa. Volví a cerrarlos, pero mi mente me llevaba nuevamente a Buenos Aires. Fue entonces que decidí quedarme allí, y caminar (mentalmente) por la ciudad como un observador. Me tomé un taxi y me bajé en el “Jardín Japonés”. Entré y comencé a caminar por sus senderos, atravesar sus rojizos puentes, descansar bajo sus floreadas pérgolas, y por sobre todas las cosas empaparme de ese espíritu oriental. Pronto me di cuenta que el ruido de la ciudad había desaparecido, al igual que los paredones que separaban el jardín de la ciudad. Una voz me preguntó donde estaba, y fui describiéndole el lugar, lo que a mi me parecía en un principio un lugar conocido, y que luego se fue transformando en un hermoso bosquecillo el cual nunca visité. A continuación, esa voz me pidió que abriera los ojos, y cuando lo hice la luz del día me cegó por unos segundos, para luego darme cuenta que estaba en una azotea de un edificio en medio de Puerto del Rosario con Wang-Chong frente a mi. Recordé una máxima del Tao y le dije: “…con el Camino se puede viajar, aun sin moverse…”. Sonrió y me dijo: Tu concentración determina tu realidad (famosa frase Zen que la escuché hasta en Star War). Y agregó: Voy por las espadas. Minutos después ya estábamos practicando movimientos lentos y relajados. Me sentí en paz, tranquilo, en armonía y en equilibrio con migo mismo…algo que necesitaba mucho, pues estaba atravesando un periodo muy oscuro de mi vida. Desde entonces me convertí en el discípulo de Wang-Chong y practicaba Tai Chi cada vez que visitaba la capital de la isla.
Con el tiempo, estas practicas, las fui implementando en la guitarra y descubrí que era un excelente método para encontrar buenas melodías y tener una precisión mental-sentimental con la música. Así fue como la implementé a mis enseñanzas.
Wang-Chong no es una persona famosa, ni un maestro conocido del Tai Chi, ni mucho menos un músico. Es un vendedor de productos chinos en la capital de una isla a 60Km de distancia de las costas de Marruecos. Pocos saben y conocen el poder de esta persona, alguien que decidió tener una vida sin sobresaltos ni ambiciones mas allá de su pequeño negocio. Pero esta pequeña historia es para que conozcan que hay en mi un poco de Wang-Chong cada vez que le digo a alguno de mis discípulos musicales que busquen la concentración para alcanzar el equilibrio sonoro…y que en verdad hay grandes personas en todo el mundo aunque el mundo no las conozcan.

Wang-Chong, si estas leyendo esto, sabé que (aunque no se acostumbra decirlo entre hombres en la China) te tengo muy presente en mi corazón y mi alma extraña tu persona…

Un saludo a todos, y nos hablamos en otro momento.

Juiahnn… o como me decía Wang-Chong: Ju Lee Yung.